Hombrecitos verdes de Christopher Buckley

*Esta novela, como toda buena sátira, revela con excesos una sociedad quebrantada por la estupidez y, al mismo tiempo, amante de ella

Rodolfo Mendoza

A través de la historia la sátira ha servido de herramienta mordaz y de crítica aguda. Aunque ya en algunas comedias de Aristófanes podemos ver rasgos de ese subgénero llamado sátira, es hasta el imperio romano que ese elemento es considerado, por muchos, un género aparte. Catulo, Horacio, Juvenal y Marcial fueron de los latinos más prolijos en este terreno. Sus solas sentencias (para no decir sus epigramas, sus epístolas), son una muestra de que la sátira ha sido, desde entonces, la manera que tiene el hombre para criticar, ácidamente, con humor. Fue quizá Marco Fabio Quintiliano quien consideró a la sátira como un género completamente romano, un género que a través de la burla, de la anécdota, del ingenio y la sagacidad criticaba defectos personales y sociales. Se criticaba al gobierno, a las prostitutas, a los vicios y a los sentimientos. La sátira, ya epigrama, ya teatro o cartas, era utilizada como ahora se utiliza la caricatura o el meme. El humor es elemento indisociable de este género: sin humor no hay sátira, sin humor se vuelve aburrida y falsamente crítica.

¿Quién no recuerda algún pasaje literario satírico? En la edad antigua, la media, el renacimiento, el modernismo y, sobre todo, la literatura del siglo XX, la sátira se mueve como hilo conductor, como corriente alterna a cualquier tema principal que aborde tal o cual obra.

En todas las épocas han existido escritores satíricos. Tal vez la cotidianeidad sea el único defecto de la sátira, pues esta se mueve en la inmediatez, en el aire del momento, en la sustancia del instante. La sátira necesita un referente contextual lindante, vecino de sus lectores. El contexto es imprescindible para entender la sátira. Si leemos a Marcial hay muchas cosas que debieron haber sido satíricas en su momento y ahora nos parecen hasta soeces. Algunas partes satíricas del Quijote debemos entenderlas con la nota al pie de página que da explicación de un hecho narrado que a nosotros, lectores del siglo XXI, nos parece ya lejano.

De ahí deviene la importancia de Christopher Buckley, quien con Gracias por fumar, pero sobre todo con Hombrecitos verdes se ha convertido en el escritor satírico más importante de la literatura contemporánea. En Gracias por fumar evidencia a una cultura ambivalente —la norteamericana— que, por un lado prohíbe fumar y por otro lanza bombas aniquiladoras que mata a millones de civiles.

Aquí nos interesa Hombrecitos verdes, obra que critica mordazmente a la misma sociedad norteamericana, sociedad que al tiempo que muestra avances científicos y tecnológicos demuestra una profunda ignorancia. Nos dice Buckley, en esta novela, que el 80% de los estadounidenses cree en los extraterrestres y cree que su gobierno le ha ocultado, en todos los años del siglo XX, información fidedigna sobre el tema. Así, vemos circular por estas páginas a ovnis —con sus consabidos tripulantes, los hombrecitos verdes—, científicos “malos” (rusos evidentemente), periódicos amarillistas y una población que lo único que tiene en común es su estulticia. Esta novela, como toda buena sátira, revela con excesos una sociedad quebrantada por la estupidez y, al mismo tiempo, amante de ella.

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